7 de mayo de 2014

Algo de mi pasado en Úbeda


En mi entrada anterior hablé del pasado, de su sentido íntimo para los seres humanos, especialmente al llegar a una cierta edad. Sobre esto del pasado, presente y futuro, se ha pensado y escrito bastante. Para algunos, el futuro es incierto e incluso puede no llegar. El pasado ya fue, está ido y es inmodificable. Proclaman que lo único que cuenta es el presente, lo que estamos viviendo, e insisten en el Carpe diem (aprovecha el día) horaciano. Ya sabemos que todo es discutible. Yo tiendo a pensar en el pasado como descanso, como recreación y venturoso refugio, como lo que no nos puede ser ya arrebatado y nos pertenece y es nuestro por los siglos de los siglos.

— Fray Gerundio, yo creo, y perdone mi atrevimiento, que usted se pasó un poquito con lo que dijo sobre el pasado y la vida de cualquiera. Aquello de que estaba llena de hazañas, de heroísmos, de aventuras prodigiosas… Parece que todos fuéramos como el don Aquiles aquel, que le decían de los pies ligeros, que es como decir que era muy rápido corriendo. Y que iba siempre persiguiendo a una tortuga, a la que no alcanzaba nunca, porque corría todavía más que él. Que también es raro esto, tratándose de una tortuga. Es que usted cuenta cosas muy extrañas, si lo puedo decir.

  Hijo mío, y qué bendito simple eres. ¿Cuándo he dicho yo que Aquiles fuera corriendo siempre detrás de una tortuga?

— Pues no hace tanto, en este mismo blog. Y mencionó entonces a un tal Zenón de Elea, que por lo visto fue el que contó toda la historia. Porque el propio Aquiles no dijo ni palabra del asunto, seguramente porque le daba vergüenza no poder coger al animal.

— ¡Dios mío! Y cómo puedes enmarañar las historias. Pero dejemos esto ahora, porque se nos va el tiempo y quiero yo decir, hablando del pasado, del mío, que parte de lo fácil que fue mi vida se lo debo a los padres escolapios de mi pueblo.

— Fray Gerundio, usted no es ningún mozalbete, pero esos buenos padres se fueron de Úbeda en 1920 y usted nació mucho después.

— Eso es verdad. Pero mi padre sí había nacido por entonces y se educó con ellos —cuando yo era niño, me ponía problemas matemáticos no fáciles—. Por eso, cuando de chico alguien pensó que yo tenía algo de facilidad para los estudios, comprendió enseguida que tenía que estudiar y punto. Personas muy valiosas de mi pueblo, tuvieron que luchar contra el designio paterno de incorporarles al negocio familiar, una vez terminada la enseñanza obligatoria. Eran padres tan amantes de sus hijos como el mío, pero que veían la situación de otra manera y hubieron de ser convencidos. Afortunadamente, lo fueron, para bien de los hijos y de todos.

— Es que la educación es muy importante en la vida de las sociedades; y lo digo yo que soy bien simple. El saber requiere esfuerzo y, por cierto, ocupa lugar. Lo que no ocupa lugar es la ignorancia.

— Lo que dices está muy bien. Yo sigo tan agradecido a estos padres escolapios, que querría investigar algo sobre los últimos años de su colegio en Úbeda. He tenido la suerte de encontrarme con uno de ellos, sabio, don Valeriano, encargado del archivo en Madrid y persona muy amable. Cuando le dije mi edad, me contestó que yo era un crío; él tiene unos cuantos años más que yo, está despiertísimo y no para de trabajar.

Son detalles estos de mi pasado, que quería mencionar. Escribí la entrada de hoy casi pensando sólo en mis paisanos de Úbeda, sobre todo los de mi edad, que conocen o adivinan las circunstancias de lo que cuento. Se la dedico a ellos, con mis mejores saludos. Es algo distinta de las habituales. Estoy de buen humor; mañana nos vamos a Galicia, otra tierra que amo.

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