Lector, prometí
hablar de Marcel Schwob y lo haré, lo estoy haciendo. En varias entradas,
porque a pesar de ser en la actualidad casi un desconocido para el gran
público, fue muy influyente en escritores tan famosos como Apollinaire, Artaud,
Michel Leiris, Borges, Paul Claudel, André Gide, y fue amigo de infinidad de
ellos. Paul Valéry, Oscar Wilde y Alfred Jarry le dedicaron obras suyas. Era de
una erudición portentosa, hablaba varias lenguas, estudió el sánscrito con
Ferdinand de Saussure… Se casó con una de las actrices más célebres de la
época, Marguerite Moreno, francesa de madre española, musa sagrada del
simbolismo.
Me fijaré por ahora
en Borges, que reconoció explícitamente la influencia de Schwob, confesando que
empezó a leerlo a los veinte años. Y porque quiero traer aquí dos textos de
estos autores. El del francés está en Vidas
imaginarias —es la de Lucrecio— y va ya en español. El del argentino se
encuentra en su famosísimo relato El
Aleph.
Del primero: “Desde allí contempló la
inmensidad hormigueante del universo; todas las piedras, todas las plantas,
todos los árboles, todos los animales, todos los hombres, con sus colores, con
sus pasiones, con sus instrumentos, y la historia de esas cosas diversas y su
nacimiento y sus enfermedades y sus muertes. Y entre la muerte total y
necesaria, percibió con claridad la muerte única de la Africana; y lloró”.
Lector, creo
que ya nos conocemos un poco. Lo que sigue, también lo anterior, no es para
leerlo meramente. Tienes que abandonar cualquier preocupación, cerrar con llave
tu habitación y ponerte a declamar. Sí, declamar. Como si estuvieras en un gran
teatro, con el telón corto detrás de ti. Un teatro antiguo, decadente, lleno de
grandes y hermosas lámparas y molduras doradas. Ahora todas las luces están
apagadas y sólo quedan las diablas enfocándote. Tú estás allí, solo, adelantado
en el proscenio, y todo el mundo está pendiente de ti, escuchándote. Estás
dentro de una caja dorada, una caja que parece hecha de oro, que quizá es de
oro. ¿Listo? Empieza.
“Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de
América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un
laberinto rojo (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en
mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó,
[...] vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos
desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una
mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer
en el pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un
árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de
Plinio, la de Philemon Holland, [...] vi un poniente en Querétaro que parecía
reflejar el color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un
gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos, que lo multiplicaban
sin fin, vi caballos de crin arremolinada en una playa del mar Caspio en el
alba, [...] vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las
hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa, [...] vi el engranaje
del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos,
vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la
tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré...”.
El texto, lo he cortado algo, es
de 1949, cuando Borges tenía cincuenta años. No se puede escribir así
antes y quizá tampoco después. Lector, entiéndeme: estas son cosas que se dicen
pour montrer de l’esprit, pero que no son verdad. Si te pones a
mirar, nada es verdad. Se parece al de Schwob. ¿Plagio? No, claro. Hablaremos
de esto otro día.
Esta entrada tiene poco mío y, sin embargo, me gusta. Porque, podría
hacer que alguien quedara enganchado a la buena literatura —es lo que busco
siempre en este blog—, esa en que las palabras se hacen música. La literatura
incardina el tiempo, como la música y la danza. Es así un componente de aquella
Gesamtkunstwerk (obra de arte total),
que persiguieron Wagner y otros.
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