Quedé en hablar
de algo que recoge Cornelio Tácito. En realidad, fue un texto suyo el que me
sugirió el tema de ese tortuoso azar que puede parecerse al destino. Me hizo
recordar otro escrito más extenso, más literario, el que se halla en la epopeya
del gran poeta persa Firdousi (934-1020) —o Firdausi o Ferdowsi; la
transliteración de los nombres árabes o chinos es un problema—, titulada Shah-nameh (Libro de los Reyes), que consta de 120000 versos y narra el remoto pasado
de Persia. Decidí empezar por el segundo y sigo ahora con el historiador
romano. Dos palabras antes sobre Galba.
Servio Sulpicio
Galba, que luego sería emperador romano, estaba en España en el año 68 de nuestra
era, cuando el Imperio era regido por Nerón. Vindex, en las Galias, se había
sublevado contra este y pidió al más prestigioso Galba que se pusiera al frente
de la rebelión. Por su avanzada edad, setenta y seis años (setenta y uno para otros), Galba no pensaba
asumir esa carga, hasta que le llegó la noticia, no muy divertida, de que Nerón
quería asesinarlo y entonces cambió de parecer. Fue proclamado emperador en Carthago
Nova, el seis de abril, aunque no aceptó el título y se llamó sólo Legado del
Senado y Pueblo Romanos. Para marchar sobre Roma creó rápidamente una legión,
integrada por gentes de Hispania, como aclara Suetonio, quien indica que
“reclutó entre los plebeyos de la provincia legionarios y tropas auxiliares”
(al alistarse se les concedía la ciudadanía romana). Se formó así
la Legio VII Gemina, el diez de junio del año 68.
Llegó Galba a
Roma con dicha legión y fue proclamado emperador. La legión fue enviada
inmediatamente a Pannonia (actual Hungría) y luego luchó contra las legiones
germánicas de Vitellius en la batalla nocturna de Cremona. Todo esto es,
lector, para tratar de situarte un poco. Galba fue asesinado en el Foro la
mañana del quince de enero del 69 y fue el primero de los emperadores que tuvo
el Imperio ese año, conocido como el año
de los cuatro emperadores.
Y ya habla
Tácito: Referiré el caso y citaré los
nombres, según noticias y datos de Vipsanius Messala: Iulius Mansuetus, de España, incorporado a la Legio Rapax, había dejado
en su casa un muchacho aún muy niño. Este, apenas adulto, fue reclutado por
Galba para la Legio VII. La casualidad hizo que se enfrentara con su
progenitor, al que hirió y derribó. Cuando ya en el suelo miró con atención,
reconoció en él a su padre y este al hijo, que abrazó a su padre ya expirante. El hijo suspiraba
llorando a los manes paternos que no le abandonasen, que no se volviesen contra
él por parricida. Vipsanius Messala fue un autor que escribió libros sobre
la corrupción de la elocuencia y era amigo de Tácito, que lo elogia repetidas
veces.
Aquí el
episodio es más corto y nítido, y el papel del azar más obvio, que en la
epopeya de Firdousi, de mi entrada anterior. Son dos ejemplos muy distintos que
sólo tienen en común el hecho de que las circunstancias llevan a enfrentarse a
un padre y un hijo, con la muerte de uno de ellos (en Tácito, el padre; en
Firdousi, el hijo).
Es imposible,
en estas entradas, extenderse más. Pero hoy día, afortunadamente, se pueden
ampliar los datos con enorme facilidad. Para eso sirve Internet. Los relatos o
ideas o elucubraciones no suelen empezar ahí en mi caso, sino en
otras lecturas. Lo de Tácito lo encontré en un libro del prestigioso arqueólogo
Antonio García y Bellido (1903-1972), de hace casi cincuenta años (no confundir
con su hijo, el científico Antonio García-Bellido). Lo de Firdousi lo leí hace
tiempo en un largo artículo de la revista francesa Causeries du lundi, de 1830, de hace casi doscientos años. Lector, hay
que frecuentar las librerías de viejo. Si te arriesgas con cosas modernas,
puedes llevarte muchas sorpresas. Naturalmente, hay que leerlas también, pero
con tino. Hay excelentes escritores contemporáneos. No son muchos.
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