Con asombro,
con incredulidad, leo noticias sobre extraños juegos en Cataluña, en los que
gana quien arroja más lejos un DNI español; o ingeniosidades para esconder o
miniaturizar la bandera española; o bromas en las que se simula el fusilamiento
de un concejal. Leo también que, cuando alguien arguyó que la confesión de
Pujol podría ser una rémora para el independentismo, una señora, con gran
desparpajo, contestó diciendo que no, que “justamente quieren la independencia
para evitar esas corrupciones” (sic), implicando que es la pertenencia a España
la que motiva esas conductas.
En los
movimientos nacionalistas no espero encontrar muchos raciocinios, pero tampoco
esta mezcla de envanecimiento, puerilidad y planura mental. Y me pregunto qué se
hizo de aquella Cataluña laboriosa y seria, educada y serena, en la que la
firma de un representante de comercio o de cualquier agente mercantil tenía la
misma validez que la de un notario. Tiendo a tomar estos asuntos con cierto
humor, más o menos feliz, y he escrito un relato, con esperanza todavía y el
cariño hacia la Cataluña que fue, que estoy seguro de que sigue existiendo y
que podría resurgir perfectamente cuando se pase esta ventolina de ahora, que
espero que se quede sólo en eso. Es un poco largo y vendrá en cuatro o cinco
entregas.
SINGULAR ODISEA DE UN ALCALDE DEL MARESME
Las nuevas
concepciones democráticas, que han surgido con fuerza en ciertos ámbitos del
Estado español, han ocasionado perturbadores problemas al alcalde de una localidad
del Maresme interior, en Cataluña, aunque finalmente se llegó a una feliz
solución del conflicto. Como la noticia saltó hace tiempo a la prensa general y
ha ocasionado un amplio revuelo en todo el país, dedicaré unas palabras a
explicar la génesis del problema y sus distintos avatares. Daré detalles que me
ha sido dado conocer y que no recogen los medios de comunicación habituales.
Dicho alcalde,
de nombre David —en los medios sólo se han dado los nombres de pila de los
afectados—, director de una reputada Academia de Comercio en la localidad, se
casó hace sólo unos meses, con una señorita del cercano pueblo de Porrosillet
del Camp, de nombre Montse. Forman una joven pareja, los dos con menos de
treinta años, respetada y querida. David es un hombre serio y trabajador, que
ha llegado a dirigir la Academia por méritos propios y le ha dado un
gran impulso, convirtiéndola en la más acreditada y valorada de la
región. Todos estos logros y dotes personales hicieron que en las pasadas
elecciones locales fuera elegido alcalde por una considerable mayoría.
De Montse, con
decir que es la mujer más guapa en muchos kilómetros a la redonda podría
pensarse que se ha dicho todo o lo más importante. No es así, porque, además de
eso, es inteligente, amable, alegre y divertida. Ni siquiera se la podría
criticar por una muy ligera y soportable vanidad, porque sería imposible, para
quien sea como ella y tenga algún espejo en su casa, no tener conciencia de los
dones que le otorgó la Naturaleza. Ocurre también que su belleza no es de esas
lánguidas y recatadas, sino de las llamativas y espléndidas, imposibles de
ocultar o disimular; cosa que, por otra parte, ella no trata de hacer. Sin ser
una descocada, sabe vestirse con las ropas que le van bien y realzan su porte,
de forma que no hay cristiano que no repare en ella, en su manifiesta condición
de hembra como a punto de explotar, de romper las junturas de los vestidos que
le cubren y aprisionan su elástico y túrgido cuerpo.
Pues sucede,
lector, que entre los más de doscientos alumnos de la citada academia, había
tres mozos, de algo menos de veinte años, que eran del mismo pueblo de Montse y
seguramente la llevaban adorando secretamente desde que llegaron al umbral
mismo de la pubertad. La adoraron no muy continuadamente, porque Montse cursaba
la carrera de Historia en Barcelona, no paraba ya mucho en el pueblo y luego
estuvo en Londres haciendo estudios de su especialidad. Al poco tiempo de
volver de Inglaterra, los tres mozos se enteraron de que se casaba, justamente
con el director de la academia en la que estudiaban, a quien conocía desde los
tiempos de la Universidad.
Los tres
quedaron estupefactos por la sorpresa. Y decepcionados e irritados. Montse
había sido su inalcanzable ídolo en la adolescencia y motivo de orgullo para
todos ellos, porque su excepcional belleza era reconocida en toda la comarca.
Era de un antigua familia catalana y siempre pensaron que se casaría con alguno
de los perseguidores que tuvo en el pueblo, que fueron prácticamente todos los varones
en edad núbil y anterior. Y resultaba que se casaba con un forastero, cuyos
padres, pobres, llegaron a Cataluña desde un pequeño pueblo perdido en la
provincia de Cáceres.
De la manera
más espontánea surgió en los tres el deseo de enmendar el injusto y caprichoso
destino. Consideraban, con el resto de los vecinos del pueblo, que les habían
robado a la moza. Hablaron con el vecindario, promovieron reuniones,
manifestaciones, formaron cadenas humanas, escribieron en los periódicos de
ámbito local y regional y denunciaron el desaguisado en la cadena de TV local.
En un viaje que hicieron a Porrosillet al poco de casarse, David ya vio algún
balcón con la pancarta, en letras grandes y rojas: David nos roba.
El presunto
ladrón no le dio más importancia al hecho. Hasta que unos días después se
presentaron los tres jóvenes en su despacho y le plantearon con crudeza la
cuestión. Montse era en cierto modo la patrona terrenal del pueblo, su buque
insignia, su tótem ancestral, una especie de bien mostrenco que, de alguna
manera, pertenecía a la comunidad entera. No era justa su brusca erradicación
del lugar en que había nacido y en el que había vivido bastantes años de su
vida. Todo eso, sin que nadie del pueblo pudiera haber gozado de su dulce
compañía, de su tierna amistad, salvo cuando era solamente una niña. En fin,
dijeron a David que habían decidido, de la manera más democrática y por
rigurosa votación, incluso mediante referéndum, solicitar su anuencia para que los
tres, como representantes designados de los varones de Porrosillet, pasaran un
corto tiempo, un fin de semana, con la divina Montse y nadie más, en un buen
hotel de la cercana costa. Sin planes o condiciones previas.
Al principio,
David no podía creer lo que escuchaba y pensó que era una broma de mal gusto.
Entonces, los tres insistieron en su principal argumento: el carácter estricta
y supremamente democrático del acuerdo. Si usted es verdaderamente un
demócrata, no tendrá más remedio que aceptar nuestra propuesta, sentenciaron.
Piénselo y no se oponga al diálogo. Hablando se entiende la gente; ha sido
siempre así y así será por los siglos de los siglos.
Conversaron un
buen rato, exponiendo el Director las razones que cualquiera esgrimiría en
parecidas circunstancias. Habló de la inviolabilidad del vínculo matrimonial,
de la rotunda aceptación social del mismo, de la falta de precedentes, del
previsible rechazo de muchas gentes, ajenas a Porrosillet, frente a la
componenda, frente a los promotores de la misma y, sobre todo, frente al
consentidor último. En fin, les hizo ver la absoluta ilegalidad de la misma y
terminó la entrevista sin acuerdo alguno, aunque se quedó en seguir dialogando
hasta encontrar una posible solución satisfactoria para todas las partes.
(continuará)
(continuará)
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