Entretanto, el
contencioso se había afianzado en la calle, en los pueblos cercanos, en la
comarca, en la comunidad entera. De hecho, el abad de un monasterio próximo le
dedicó una homilía, en la que establecía el derecho a decidir de los afectados
en cualquier litigio como uno de los derechos fundamentales de la persona
humana (sic, de la persona humana). Se basó el buen abad en datos que manejaba
ya desde hacía mucho tiempo y que por fin se había decidido a hacer públicos.
Se trataba de que, como se recogía claramente en Deuteronomio 9, 17, hubo
una primera versión de las Tablas de la Ley dadas a Moisés, que este rompió con
sus propias manos en un ataque de ira. Esta primera versión era más amplia que la
segunda, la que conocemos hoy día, afirmaba el abad, y en ella se recogía
escrupulosamente el derecho a decidir. Por cierto, continuó, esta primera
versión estaba escrita muy probablemente en catalán, aunque confesó no tener
todavía las pruebas definitivas.
No se avistaba
una solución pronta al conflicto y las posiciones parecían inmodificables.
Continuaron las interminables conversaciones. El alcalde empezó a temer que
esta espinosa controversia acabara influyendo negativamente en las próximas elecciones
municipales y trató de buscar una solución. Confiaba infinitamente en Montse,
pero también tenía muy mala impresión de los tres pretendientes. En realidad,
de dos de ellos, según manifestó a Roberto Enrique en privado:
— Roberto
Enrique, de estos tres mozos, Jordi es un guapazo, tiene todas las hembras que
quiere y lo que le resulta difícil es quitárselas de encima. Sin embargo, los
otros dos me parecen verdaderos menesterosos sexuales, que en su vida no se van
a ver en otra. Se han negado a que yo esté presente en esa celebración del fin
de semana en la costa y aseguran que eso es innegociable. Voy a proponerles que
tú sí estés presente y veremos si llegamos a algún tipo de arreglo.
Montse seguía
distraídamente todo el proceso, casi como si no fuera con ella. Recordaba
confusamente a muchos de sus paisanos y cuando vio en un periódico la
fotografía de los tres porfiadores, con sus nombres de pila, se llevó una
sorpresa mayúscula. Porque a este Jordi, que era hijo de una vecina y unos diez
años menor que ella, recordó haberle tenido en su falda y jugar con él, cuando
ella era todavía casi una niña y él un rapazuelo de dos o tres años, una ricura
de niño, conocido y querido en todo el barrio. ¡Por Dios bendito, cómo es ahora
Jordi!, se dijo para sus adentros, ¡qué pedazo de angelote se ha hecho! Y la
manía esa que le ha entrado de pasar un fin de semana de fiesta conmigo, se
volvió a decir para sus adentros, olvidada completamente de que los sujetos con
tal pretensión eran tres, exactamente tres, y no sólo el espléndido rubio; la
mente humana funciona así. Veremos en qué queda todo este asunto, se dijo otra
vez para sus adentros, ya con cierta resignación y un poco harta de hablar
siempre para sus adentros, en vez de poder hacerlo con alguna amiga de confianza,
que es mucho más divertido. Es que el Jordi, aquel Ganimedes al que había visto
desde que nació, la había descolocado un poco, la verdad. Y se le veía tan
desvalido… Bueno, eso de desvalido me lo acabo de inventar yo ahora mismo y no
hay razón alguna que lo sustente, reconoció Montse, que no era tonta, siempre
para sus adentros.
Las
negociaciones siguieron avanzando hasta que se llegó trabajosamente a un cierto
acuerdo. Aceptando las normas de la democracia circunstanciada, se dio vía
libre a una celebración conjunta de fin de semana en Arenys de Mar, sin la
presencia del alcalde, pero sí la del Secretario del Ayuntamiento, que actuaría
como organizador, mediador y, en caso necesario, moderador, en cualquier
sentido posible.
Cuando se le
comunicó el resultado a Montse, la principal afectada después de todo, se
sorprendió de la resolución final, que concedía prácticamente todo lo
solicitado, pero lo tomó con filosofía, pensando que hacía un gran favor a su
esposo, a su carrera política. La presencia de Roberto Enrique la
tranquilizaba, en el sentido de que excluía la posibilidad de un ataque masivo
e indiscriminado de los jóvenes y la protegía incluso de una, por otra parte
impensable, debilidad suya frente a aquel bello Jordi, que había cambiado tanto
desde que ella lo había conocido y tratado. Montse era bien consciente de su
cordura y entereza frente al acoso de los hombres, que había padecido desde que
tenía uso de razón, pero también sabía que el Demonio en las cosas de la carne
es capaz de enredar las cosas muy sutil e irreparablemente. Cuando su marido le
preguntó al final, si estaba dispuesta a jugar su papel en el acuerdo,
respondió que sí, que lo haría con mucho gusto. Lo dijo así, con estas
palabras, y el marido quedó un poco extrañado de esa extrema disponibilidad,
que él había considerado difícil de conseguir. Montse se dio cuenta de este
error subliminal, trató de enmendarlo y se corrigió:
— Bueno, quiero
decir que me sacrificaré, que una ya no sabe ni lo que dice, con estas
proposiciones tan alocadas y tan sin sentido.
Se celebró la
reunión festiva y todo se pudo resolver pacíficamente, sin graves consecuencias
para nadie. Jordi, sin negar la rotunda belleza de Montse, tenía problemas de
agenda para atender sus propios líos y la consideró además ya algo mayor y
demasiado intelectual para sus gustos y querencias. Tuvieron tiempo, eso sí, de
recordar el pasado y reírse con lo que le contaba ella, de manera absolutamente
maternal, sobre algún detalle de su vida de niño. Jordi tuvo más bien que
dedicar la mayor parte de su tiempo a defenderse de los suaves y discretos
ataques de Roberto Enrique, que le aconsejaba constantemente y aprovechaba
cualquier ocasión para estar junto a él e intentar algún levísimo toqueteo. Los
otros dos aspirantes, cuando se vieron en la cercanía de la mujer,
comprendieron en un momento, por muchas razones, que era una meta inaccesible,
que pertenecía a un Olimpo de diosas imposibles y se contentaron con gozar de
su presencia y retratarse con ella en todas las ocasiones que pudieron. El
alcalde, al final de la prueba, recibió alborozado a su esposa y la vida
continuó plácida y feliz en aquella parte privilegiada del mundo.
Mucho de lo que
he relatado se ha conocido también por las noticias de prensa. Sólo he querido
reconstruir, brevemente, la historia completa, para dar una idea de cómo
hablando se entiende la gente y de cómo el diálogo es una fuente inagotable de
bendiciones. Y mostrar esa nueva forma de democracia, la circunstanciada,
que hace furor en algunas áreas del Estado español, como ya dije.
Sólo algunos
detalles más. Explicaré cómo vivió el alcalde el episodio final del
enmarañado asunto. Durante la dichosa celebración, Montse y él hablaron alguna vez, como era lo acordado por las partes, y también recibió los
informes pertinentes del Secretario. Ese fin de semana, David resolvió algunos
expedientes en el Ayuntamiento y el resto del tiempo se refugió en su casa,
oyendo música, como hacía otras veces, cuando la idiocia e insensatez del mundo
se le hacían demasiado evidentes. Con su bebida preferida: agua de Vichy
catalán, ese invento formidable, bien fría.
(continuará)
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