Dije que
hablaríamos de la Biblioteca de Babel, la que seguramente vio Borges en 1941 y vertió en un relato famoso, ahora en Ficciones.
Tiene detalles muy concretos, está demasiado estructurada para pensar que sea sólo
fruto de su imaginación. En algún momento el maestro argentino debió de verla,
inopinadamente, por esa rendija que, por una fracción de segundo, se abre en el
Universo y nos permite contemplarlo en su plenitud. Es un fenómeno extraordinariamente
raro: el Cosmos, Dios, la Biblioteca y el hombre se confunden y son la misma
entidad, la misma cosa.
Lector, no
quiero perderte; tú entiendes que todo es una manera de hablar. Te quiero
contar alguna cosa de esa Biblioteca. Lo primero, lo más notorio: que no es
infinita. Es vastísima, su magnitud es inabordable por el intelecto humano,
pero no es infinita. Y si en los cálculos de mi entrada anterior hablábamos de
palabras, aquí se trata de libros, de libros completos, aunque hechos de
palabras. Sin embargo, en la Biblioteca borgiana no hay dos libros idénticos y
esto limita, automáticamente, su número.
Cada libro
tiene 410 páginas de cuarenta líneas de ochenta caracteres; o sea, tiene
1.312.000 caracteres o símbolos. Como hay 25 símbolos distintos —Borges
considera un alfabeto de 22 letras, más el punto, la coma y el espacio— el
número de libros posibles es 251.312.000, o, en notación científica,
1,956*101834097. Cifra impensable, desconcertante, pero de ninguna
manera infinita; una pamema para cualquier Dios. Para que te hagas una idea,
lector, te diré que todo el Universo, los átomos que lo constituyen, las
partículas subatómicas que los forman, todo junto, representa una cantidad
ridícula comparada con ese número.
Aparte de estas
constataciones matemáticas, el propio Borges insinúa, de modo sutil, casi desde
el principio del relato, que la Biblioteca no es infinita. Escribe que en cada
zaguán —no puedo hablar de la geometría de la Biblioteca aquí: los hexágonos,
los zaguanes, los anaqueles, las lámparas— hay un espejo que duplica las
apariencias, por lo que los hombres deducen “que la Biblioteca no es infinita
(si lo fuera realmente, ¿a qué esa duplicación ilusoria?)”.
En esos libros
está todo: “la historia minuciosa del porvenir, las autobiografías de los
arcángeles, el catálogo fiel de la Biblioteca, miles de catálogos falsos, la
demostración de la falacia de esos catálogos, la demostración de la falacia del
catálogo verdadero…”. […] “Todo
lo que es dable expresar, en todos los idiomas”. Me quedo aquí con una duda
sobre la corrección o pertinencia de esta última afirmación. Con un lenguaje diferente,
de más caracteres, ¿no serían posibles otros libros distintos? Entiendo que sí
y todo lo que cuenta Borges ha de aplicarse al idioma escogido, con sólo 25
símbolos. O, si se quiere, a todo lo que sea traducible a dicho idioma.
El relato es
inabarcable en su belleza y su profundidad. Resumo lo que, para mí, es más
intrigante y misterioso del mismo. La Biblioteca, explica el autor, habrá
producido el idioma inaudito que se requiere para aclarar los misterios básicos
de la humanidad. “En algún anaquel de algún hexágono (razonaron los hombres)
debe de existir un libro que sea la cifra y el compendio perfecto de todos los
demás: algún bibliotecario lo ha recorrido y es análogo a un dios”.
Opino que ese
libro, por la trabazón lógica del relato, existe forzosamente. Está comprendido
entre las numerosísimas combinaciones del alfabeto y su lectura es posible,
como la de los demás libros, sin necesidad de ningún idioma inaudito. El idioma
inaudito del que habla Borges, sería entonces para leer un libro de otro tipo.
¿Cuál puede ser ese libro? ¿Cómo se llega hasta él? El autor deja la cuestión en
el aire, abiertas todas las posibilidades.
Nota: Incluyo algunas imágenes sugestivas, tomadas de Internet.
No hay comentarios:
Publicar un comentario