19 de febrero de 2014

La Biblioteca de Babel


Dije que hablaríamos de la Biblioteca de Babel, la que seguramente vio Borges en 1941 y vertió en un relato famoso, ahora en Ficciones. Tiene detalles muy concretos, está demasiado estructurada para pensar que sea sólo fruto de su imaginación. En algún momento el maestro argentino debió de verla, inopinadamente, por esa rendija que, por una fracción de segundo, se abre en el Universo y nos permite contemplarlo en su plenitud. Es un fenómeno extraordinariamente raro: el Cosmos, Dios, la Biblioteca y el hombre se confunden y son la misma entidad, la misma cosa.

Lector, no quiero perderte; tú entiendes que todo es una manera de hablar. Te quiero contar alguna cosa de esa Biblioteca. Lo primero, lo más notorio: que no es infinita. Es vastísima, su magnitud es inabordable por el intelecto humano, pero no es infinita. Y si en los cálculos de mi entrada anterior hablábamos de palabras, aquí se trata de libros, de libros completos, aunque hechos de palabras. Sin embargo, en la Biblioteca borgiana no hay dos libros idénticos y esto limita, automáticamente, su número.

Cada libro tiene 410 páginas de cuarenta líneas de ochenta caracteres; o sea, tiene 1.312.000 caracteres o símbolos. Como hay 25 símbolos distintos —Borges considera un alfabeto de 22 letras, más el punto, la coma y el espacio— el número de libros posibles es 251.312.000, o, en notación científica, 1,956*101834097. Cifra impensable, desconcertante, pero de ninguna manera infinita; una pamema para cualquier Dios. Para que te hagas una idea, lector, te diré que todo el Universo, los átomos que lo constituyen, las partículas subatómicas que los forman, todo junto, representa una cantidad ridícula comparada con ese número.

Aparte de estas constataciones matemáticas, el propio Borges insinúa, de modo sutil, casi desde el principio del relato, que la Biblioteca no es infinita. Escribe que en cada zaguán —no puedo hablar de la geometría de la Biblioteca aquí: los hexágonos, los zaguanes, los anaqueles, las lámparas— hay un espejo que duplica las apariencias, por lo que los hombres deducen “que la Biblioteca no es infinita (si lo fuera realmente, ¿a qué esa duplicación ilusoria?)”. 

En esos libros está todo: “la historia minuciosa del porvenir, las autobiografías de los arcángeles, el catálogo fiel de la Biblioteca, miles de catálogos falsos, la demostración de la falacia de esos catálogos, la demostración de la falacia del catálogo verdadero…”. […]  “Todo lo que es dable expresar, en todos los idiomas”. Me quedo aquí con una duda sobre la corrección o pertinencia de esta última afirmación. Con un lenguaje diferente, de más caracteres, ¿no serían posibles otros libros distintos? Entiendo que sí y todo lo que cuenta Borges ha de aplicarse al idioma escogido, con sólo 25 símbolos. O, si se quiere, a todo lo que sea traducible a dicho idioma.

El relato es inabarcable en su belleza y su profundidad. Resumo lo que, para mí, es más intrigante y misterioso del mismo. La Biblioteca, explica el autor, habrá producido el idioma inaudito que se requiere para aclarar los misterios básicos de la humanidad. “En algún anaquel de algún hexágono (razonaron los hombres) debe de existir un libro que sea la cifra y el compendio perfecto de todos los demás: algún bibliotecario lo ha recorrido y es análogo a un dios”.

Opino que ese libro, por la trabazón lógica del relato, existe forzosamente. Está comprendido entre las numerosísimas combinaciones del alfabeto y su lectura es posible, como la de los demás libros, sin necesidad de ningún idioma inaudito. El idioma inaudito del que habla Borges, sería entonces para leer un libro de otro tipo. ¿Cuál puede ser ese libro? ¿Cómo se llega hasta él? El autor deja la cuestión en el aire, abiertas todas las posibilidades.
 
Nota: Incluyo algunas imágenes sugestivas, tomadas de Internet.
 



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