En unas
entradas anteriores hablé de números y en la última volví a las palabras. En
esta, un poco como boutade —como capricho, como broma—, hablaré de los números de las
palabras. Enseguida me explico.
Lector, ¿te has
preguntado alguna vez cuántas palabras se pueden formar con las letras de
nuestro alfabeto? En castellano, contando nuestra ñ, hay 26 letras y para mis cálculos consideraré sólo palabras de
hasta doce letras. No es una longitud excesiva; hay palabras bastante más
largas en el lenguaje común. ‘Circunstancialmente’, la primera que se me
ocurre, tiene diecinueve.
Pues bien, con
esas 26 letras, y con palabras de una hasta doce letras, se pueden formar unos 99.000
billones de palabras. Hay que aclarar que utilizo la escala numérica larga (un
billón es un millón de millones), como se hace en casi todo el mundo; sólo en
los países de lengua inglesa se emplea la corta. Este sinsentido todavía
persiste. No molesta gran cosa, porque los científicos emplean en sus trabajos una
notación que no deja dudas. En nuestro caso, el número de palabras posibles es
9,92461*1016, en donde 1016 equivale al número 1 seguido
de 16 ceros. Entendiendo, claro, que consideramos como palabra cualquier
agrupación de letras. aaa es una
palabra, bbbb, otra. Palabras
impronunciables, palabras que no significan nada, etc.
El interés, la
preocupación, por el número de palabras posibles no es nuevo. En la Edad Media,
en algún momento hubo un cierto temor de que las palabras tuvieran algún
límite, pudieran resultar insuficientes para el progresivo desarrollo humano.
Era una especie de miedo a la finitud de las palabras, a la escasez, al
agotamiento de los nombres, lo que se había llamado desde tiempos antiguos la penuria nominum.
Ya en el siglo
XVII, con los progresos de la matemática combinatoria, se buscaba erradicar esa
duda. El poeta alemán Georg Philipp Harsdörffer, autor de una cincuentena de
libros en latín y alemán, en su Mathematische
und philosophische Erquickstunden, del 1651, razona que con 264 unidades, que
incluyen letras, sílabas, prefijos, sufijos, etc. —su procedimiento es muy
distinto al delineado por mí más arriba—, disponiéndolas sobre cinco ruedas
para formar las correspondientes combinaciones, se pueden generar 97.209.600
palabras, en el idioma alemán; la mayoría obviamente sin sentido.
Un poco antes,
en 1622, Pierre Guldin, en su Problema
arithmeticum de rerum combinationibus, calculaba que con 23 letras del
alfabeto, en grupos variables de dos a veintitrés letras, se generaban, por
combinación, unos setenta mil trillones de palabras, cantidad que ni me molesto
en recalcular. Si estas palabras, sigue diciendo Guldin, se escribieran en
cuadernos de mil páginas (cien líneas de sesenta caracteres cada página), un cubo
de 133 metros de lado podría almacenar 32 millones de cuadernos. Harían falta 8.052.122.350
de estos cubos para albergar todas las palabras posibles. Como decía antes, la
mayoría de estas palabras carecen de sentido. Pero podrían tenerlo, se les
podría adscribir uno. Un inconveniente más serio es que muchas de ellas serían
absolutamente impronunciables. Pero podrían ser escritas, sin embargo…
El ser humano
ha sentido muy distintos y atenazadores miedos en su dolorosa y errática evolución.
Alguna vez hubo cierto pavor de que las palabras llegaran a ser insuficientes.
No ha ocurrido así, hay palabras hasta de sobra. Por ello se ha de saber buscar
la necesaria, la insustituible, la que exprese justamente lo que queremos transmitir.
Eso ya no es tan fácil; eso es lo que hace un buen escritor.
La biblioteca
de Babel, la que imaginó o vio Borges en 1941, no se parece a la de Guldin, más
de tres siglos anterior, pero de eso hablaremos otro día.
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