Llevo ya unas
cuantas entradas muy serias e historiadas, con más fórmulas y números de los
que son menester y es el momento de cambiar un tanto. Yo quiero hacer un blog
sencillo y modesto, sin pretensiones y, sobre todo, distraído. Lo que ocurre es
que siendo un escritor aficionado, eso no es tan fácil. Me explico.
Si eres un
escritor famoso, ya puedes escribir sobre cualquier fruslería. Conozco un blog
de un premio Nobel que es caligráfico, no mecanografiado, en el que se puede ver
una escritura muy aseada, en papel rayado de pauta estrecha, y con expresiones
corrientes y familiares, como “Mi mamá me mima”, o “El ama amamantaba al mamoso”,
etc. Está teniendo un éxito arrollador. Si no eres Nobel, pero has tenido otros
premios importantes, puedes hablar de cómo cocinas y de las comidas que te
gustan, como la tortilla de patatas, las ensaladas, las croquetas y todo eso, y
el punto que hay que darle a los guisos. En cambio, si no eres conocido, te ves
obligado a hablar del teorema de Kolmógorov y cosas así, lo que no deja de ser
una lata —lector, confío en ti; tú sabrás distinguir mis bromas y mentirijillas—.
Hoy querría
escribir como si estuviera ya por encima del bien y del mal. He leído una parte
de las Memorias del Duque de Saint-Simon y me ha llamado la atención su
desparpajo en otorgar títulos o precedencias. Dice, por ejemplo, que el conde
Aguilar era el hombre más feo de España; que el Marqués de Mancera era el más
caballero de España, docto y muy inteligente, etc. Vamos, que no se callaba sus
valoraciones. En una película de José Luis Garci se decía de un antiguo
político que era la persona más triste de Europa…
A mí no me parece
mal esto de etiquetar al personal. La mujer más guapa de España se sabe
perfectamente que es de Palencia y se conoce su lugar de trabajo, ¿por qué no
se publicita esto convenientemente? Así sabe uno a qué atenerse. El más intenso
opinante de España, y sobre los más variados temas, es, muy probablemente, el abad
de Montserrat, ¿por qué no se reconoce este mérito más ampliamente?
Tengo alguna
experiencia de abades. Estudiando en la Universidad, algún año hice una especie
de ejercicios espirituales, modernos, nada ortodoxos, en un monasterio. Éramos
un grupo, asistíamos a los rezos de los monjes y comíamos con ellos. En las
comidas, uno de los frailes leía textos, como no he sabido o podido encontrar
después. Eran sobre la Edad Media española y veíamos allí —lo veíamos— el
bullicio en los estrechos burgos, la mezcla de razas, de lenguas, de religiones,
el comercio de los judíos, el refinamiento de los árabes, el áspero furor de
los cristianos en la reconquista. Era una delicia escuchar aquello. El abad era
un reconocido especialista en Historia Medieval y seleccionaba los textos. Luego,
en una sala que llamaban de las vacas, porque los sillones estaban tapizados
con piel de esos animales, el buen abad nos contaba cosas aún más interesantes.
Ah, si uno pudiera volver atrás, rebobinar.
Lector, yo
quiero este blog amistoso y ameno. Lo que ocurre es que a veces me gustan cosas
no tan simples. Y también, eso lo tengo muy dicho, que pretendo inducir
levemente a asomarse a algún saber, a interesarse por alguna cosa particular.
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