5 de octubre de 2014

Más sobre el olvido


Ya dije alguna vez que el Amor y la Muerte eran los dos grandes temas de nuestras vidas. El amor, tan inseguro y caprichoso; la muerte, tan cierta e inoportuna. Y expuse una vieja idea mía: la inmortalidad, la idea misma de ser inmortales, resulta insoportable para los seres humanos. Incluso acuñé un neologismo para intentar plasmar esa inquietud, esa desazón mental, frente a un tiempo infinito, una eternidad en la que hubiera de instalarse nuestra vida: eonofobia, temor a la eternidad.

Mejor esta humanidad nuestra, afirmaba entonces, de dioses ínfimos y mortales, gozando de la impagable libertad de equivocarnos, de errar el camino y empezar de nuevo. Bendita, sobre todo, la posibilidad de olvidar, vedada a los que no mueren: “We are immortal, and do not forget; we are eternal; and to us the past is, as the future, present” (Somos inmortales y no olvidamos; somos eternos, para nosotros el pasado está, como el futuro, presente), dice uno de los siete Espíritus a Manfred, en una obra de Byron de la que luego hablaré. Otro de los grandes temas: el olvido. Sobre esta realidad, esta característica funcional de nuestro cerebro, me gustaría hoy insistir un poco.

 Hay quien no quiere olvidar. Quizá recordéis, de Tristán e Isolda, aquel perro fantástico, Petit Cru, que un hada entregó al rey de Gales, con un cascabel, cuyo sonido tenía la magia de borrar todos los recuerdos tristes. Tristán padeció los peligros de la guerra, sólo para conseguirlo y enviarlo a Isolda, para que así olvidara. Isolda quiso compartir su sufrimiento con Tristán y arrojó el cascabel al mar. Para no olvidar, para no olvidar sola.

En cambio, la infantina Blanca Flor, en la deliciosa Farsa infantil de la cabeza del dragón, de Valle-Inclán, dice: Quiero olvidar. Y el Príncipe Verdemar contesta: No se olvida cuando se quiere. Y la infantina insinúa: Dicen que hay una fuente… Y el príncipe añade: Esa fuente está siempre al otro extremo del mundo. Para llegar a ella hay que caminar muchos años. ¿Se olvida al beber sus aguas?, pregunta de nuevo la infantina. Se olvida sin beberlas, contesta tajante el príncipe. Es el tiempo quien hace el milagro y no la fuente. Cuando una peregrinación es larga, se olvida siempre.

El olvido es algo tan importante, tan nuclear en nuestra existencia, que en muchas circunstancias sentimos la necesidad imperiosa de olvidar. O, por el contrario, nos asusta y aterra la posibilidad de olvidar. En la poesía, en el teatro, en las leyendas, en las historias, está muchas veces presente esta preocupación por el olvido; porque te olviden o por olvidar. Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido, cantaba Pablo Neruda. Otro poeta muestra sus preferencias: Mejor morir por tu amor que morir de tu olvido. Y a todos nos aterran muy particularmente esas enfermedades que tienen como rasgo común la pérdida de la memoria, la incapacidad para recordar.

La necesidad de olvidar, para tornar tolerable la vida, puede sentirse con gran intensidad. Manfred es un poema dramático —también es eso que se ha llamado en inglés un closet drama— que Lord Byron compuso a principios del siglo XIX, en medio de graves problemas personales y un rechazo social evidente, tras su fallido matrimonio y ciertas muy extendidas sospechas de una relación incestuosa con su hermanastra, Augusta Leigh. La obra es muy del gusto romántico, con espíritus, demonios, brujas, fantasmas y un final debidamente trágico. No falta nadie.

El protagonista, Manfred, es un noble atormentado por un violento  complejo de culpa. Su inquietud le lleva a invocar la ayuda, mediante conjuros, de Siete Espíritus. Cuando estos le preguntan, ¿Qué quieres de nosotros, hijo de mortales?, dice una sola palabra: olvidar. Los Siete Espíritus contestan que no está en su esencia, en su poder, el controlar los hechos pasados y no pueden satisfacer su demanda. Para olvidar tendrá que morir. Manfred muere y sus últimas palabras son para el abad de San Mauricio: Old man! ‘t is not so difficult to die (Anciano, no es tan difícil morir). He’s gone, his soul hath ta’en its earthless flight; whither? I dread to think (Se ha ido, su alma ha iniciado su vuelo no terrenal. ¿Adónde? Me asusta pensarlo), dice el abad.
(continuará)

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